jueves, 24 de septiembre de 2009

En el árbol

Dedicado a mOmO

Miles de rostros había visto vagar durante toda su existencia, merodeando a su alrededor, buscando respuestas, girando inconsecuentemente en un rumbo sin salida.

Tantos años había pasado viendo una y otra vez los mismos tormentos, la misma desesperación y aquella agonía plasmada en aquellos seres errantes, ninguno distinto de otro; por algo habían llegado hasta allí, pensaba.

Durante un largo tiempo, aquel lugar no había tenido un nuevo visitante, la soledad se hacia más presente que de costumbre. Extrañado por aquello, decidió observar el camino por el cual, todos quienes habían llegado hasta allí, alguna vez, habían debido cruzar. Su presentimiento era cierto, nada ni nadie andaba por aquel sendero, inquieto se cuestionaba, aquel suceso no era normal, al fin algo distinto estaba sucediendo o estaba por suceder, su cuerpo se aceleraba.

Pasaron días y noches enteras, con lluvia o nevando, ningún otro motivo le hacia apartar la mirada. Aquel cambio anhelado, una sensación de estar vivo surgía en su cuerpo, su vida, al fin tenía un motivo para existir.
El tiempo transcurría, pero su motivo no volvía, no regresaba de donde nunca debió haber partido, aún sin saber que era, sin conocerlo, había sido suyo, lo sabia.

Por ello…

Esa sensación que le transmitió el viento, la soledad cedía su espacio, su marca era borrada de aquella tierra. Había pasado tanto tiempo, pero al fin, aquellas hojas elevándose con el viento, despejando el camino, lo veía acercarse. Cada paso, puñales de vida, su cuerpo se estremecía, era el día. Salto desde la rama del árbol donde siempre permaneció sentado, volando permaneció su alma en aquel salto, sus ojos jamás dejaron de mirarlo pero, cayendo al suelo, aquel visitante ya no estaba, su alma ya no volaba.

No eran diferentes…

Destrozado, caía al suelo, sus manos sujetas a su cráneo, sólo lloraba, no entendía, por que, que era lo que sucedía, lo había visto, sus ojos no mentían, su corazón en aquel momento había latido, no era irreal, por primera vez tenía la seguridad de que algo era cierto. No podía dejarlo escapar, no una vez más, un error de aquellos sólo se comete una vez y esta, no sería la excepción.

Yo…

Frenético miraba, los lugares eran cientos, pero él no descansaba, en algún lugar de esa tierra se resguardaba, no podía haber huido, sólo pensaba que debía encontrarlo.
Su agonía era notable, su búsqueda había sido incesante, con mucho esfuerzo lograba caminar por el sendero, iba de regreso al lugar que por tanto tiempo lo había acogido, era el árbol al final del camino.

Siempre fui…

El camino parecía haberse extendido, mucho esfuerzo había requerido. Pasaron varios días para estar de nuevo así, frente a frente con aquel árbol, aún así no tuviera sentido, era el único lugar que no había recorrido. Lo miro fijamente, comenzó a caminar a su alrededor, buscando entre su textura, observando tras las hojas, investigando las raíces. Decidió mirar la rama, su refugio durante tanto tiempo, ahora siendo observada desde abajo, desde donde las almas errantes buscaban la calma, aquello que alguna vez tuvieron y, que ahora ya no poseían….eran sus vidas que jamás encontraron su sentido, ahora lo recuerdo.

Sin saberlo…


Tanto tiempo las mire, tanto tiempo las desprecie, incluso las odie; no soportaba sus miserables miradas agónicas, vacías y sin sentido, nunca había entendido por que rondaban en este árbol, pero sí, si buscaban algo, si tenían un sentido, sólo lo habían perdido.

Un alma con sentido…

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Lección

Amonestación, acontecimiento, ejemplo o acción ajena que, de palabra o con el ejemplo, nos enseña el modo de conducirnos. (Diccionario de La Real Academia Española).


Emprendió su rumbo temprano, debía realizar una serie de acciones y como bien sabia, la ciudad no lo esperaría.

Caminando envuelto entre aquella música de voces inteligibles para quienes lo rodeaban en su compás de amanecer, comenzaba un día que yacía planificado en su monótona mente desde el anochecer de luna creciente.


Realizar cuatro labores era el objetivo a cumplir en aquel viaje, la cantidad de aliados era uno y tanto antagonistas como distractores brotaban a borbotones por doquier.

Mientras transcurrían las horas, las direcciones y los transportes variaban, cruzándose en el camino de otras labores, de misiones que de no ser cumplidas declararían una condena ya conocida, por ello no había tiempo de entablar conversaciones. El aliado podía percatarse de ello, pero a la vez entraba en razón que ya era participe de aquello, que al estar colaborando en este viaje, se veía sumergido entre un mar de voces sordas, aquellas que solo hablan con quienes creen necesario y despojan de su lado a quienes no creen conveniente que sea su aliado.


Terminada la primera labor, el aliado debió retirarse del viaje, perdiendo la connotación adquirida y volviéndose uno más entre el gris pavimento, sin poderlo diferenciar entre uno u otro ser en movimiento.

Sin poder para retener a su antiguo compañero, continúo con su viaje, viéndose aún más solo entre un día iluminado y un sombrío camino sin nada asegurado. Observando a través de los espejos disipaba pequeñas señales, colores que le indicaban que no era el único ser con alma que por ahí caminaba, aunque fugazmente se marchitaban, perdidos entre las animas que incesantes deambulaban y el tiempo que con su fluyo lo arrastraba.


Segunda y tercera labor cumplida, nada complejo si la mente se hacia la desentendida de aquella realidad consumista y de dobles caras que pretendían convencerlo de aquello que no era cierto, sonrisas mentirosas, perdidas y desgastadas.

Última labor, nada podía ya detenerlo, nada cambiaria en ese trayecto.


Subiendo en el transporte, hacia el último lugar que se interpondría entre su principio y su cumplimiento, avanzo hasta ubicarse en el tercer asiento, al otro lado de la puerta donde se realizaba el movimiento. Un padre y un hijo, sentados detrás del tercer asiento, mirando la ciudad, observando sus componentes, nada anormal para el viajero. De un instante a otro, la ciudad dio un paso al lado, la distancia pareció crecer fuera del paso del tiempo, aunque no parecía cierto, la ciudad aún seguía siendo el escenario presente.


La conversación prosiguió sin sobresaltos, sólo la curiosidad entró al escenario para demostrar que tan buen padre tenía aquel niño. Con sus manos apoyadas en el vidrio, el pequeño abría sus pequeños ojos para ver con nitidez que era lo que se presentaba, incrédulo pregunto a su padre por que aquellos niños no sonreían teniendo tantos objetos con los cuales jugar, los cuales trasladaban de un lugar a otro en silencio; el padre al verse enfrentado a la interrogante de su pequeño, le respondió que así como ellos, él también debía recoger siempre la basura que arrojaba al suelo o estaría como aquellos niños, llenos de basura, con la cara sucia y jamás sonriendo.

Lo que el pequeño no sabía, que lo para él era basura, para aquellos niños eran piezas importantes en sus vidas, objetos que constituían parte de su casa y su alimento, que sin ellos no conseguirían dar el siguiente aliento.


El viajero cerró los ojos, sintiendo como su corazón se ahogaba en lágrimas, olvidando su última labor, el objeto del viaje ya era en vano, acababa de haber finalizado otro, uno aún más importante. Aquella enseñanza del padre al hijo había sido el sentido de su día planificado…aquella noche la luna se había nublado.


lunes, 7 de septiembre de 2009

Gotas rojas

Y mirando ese peculiar color, recordó aquella tarde donde la lluvia, sin descanso alguno, estremecía su paraguas rojo. Incesante, fluyendo con el sonido de cada gota por sus odios, en un unísono coro que lo trasladaba muy lejos de aquella realidad de calles vivas, de casas mojadas, de gente sin sentido y del frío que calaba hondo.

La trayectoria la misma, el destino sin variantes, el ritmo inconsecuente…una predicción anclada en sus pensamientos, sus ojos ya no parpadeaban ante aquel frío tormento.

Un cruce en el camino, instante perfecto para observar algún cambio en el cielo. No importaba si el lugar no era apropiado, si la lluvia ya había terminado, solo quería saber si aquello no fue sólo un presentimiento, si debía ocurrir, él quería que ya fuera el comienzo. Nunca pensó que aquel momento ya no era el presente, que su caprichoso tiempo se había negado a seguir transcurriendo.

Conciente de que su tiempo se había quebrantado, volvió a mirar ese peculiar color con que las gotas se traslucían por su paraguas, aquellas que no lo podían tocar, aquellas que aunque cercanas parecían distantes. Ahora transcurrían por sus ojos, llenándolos de aquel intenso color rojizo.

Cada gota que caía de su cabeza, que cruzaba por sus cejas y caía por su nariz hasta amortiguarse en su boca, que veía a través de sus ojos sin alma, eran su punto de partida hacia el siguiente rumbo, aquel donde su sangre no caería nunca más como aquel invierno, que dejo marcado su recuerdo, en aquella calle donde el golpe que lo hizo volar y caer sangrando no tuvo remordimiento, aquellas gotas rojas que marcaron su camino hasta el fin de su tiempo.